viernes, 16 de octubre de 2009

3 - Solo deseo desaparecer

Susana había tenido un día desastroso.

Se levantó tarde y con un molesto dolor de cabeza, producto de los varios margaritas que había consumido la noche anterior. Decidió darse un baño rápido para despejarse de la modorra, pero al estar dentro de la ducha ya mojada descubrió que no tenia jabón, lo que la molestó más aún. Salio de la ducha mojando el piso del baño hasta llegar al vanitory debajo del lavabo y tomó de allí una nueva pastilla de jabón, al regresar a la ducha resbaló golpeándose una de sus rodillas contra el borde del inodoro. Se recompuso y terminó su ducha matutina.

En su afán de no llegar tarde a la oficina, por su apuro, coloco mal su brazo derecho desgarrando por la costura la manga de la blusa que había elegido ponerse.
- Mierda! - exclamó - justo ahora me pasa esto.

Eligió otra blusa y salió a las apuradas de su departamento de Palermo viejo, hoy más conocido como Palermo Soho. Esperó el colectivo, el cual invariablemente, vino atestado de gente, y mientras hacía el recorrido diario hasta su oficina trató de hilvanar los acontecimientos de la noche anterior. Había bajado de su casa cerca de las nueve y media, más amargada que aburrida y como lo hacía habitualmente eligió alguno de los bares cercanos, se había sentado en una de las mesas sobre la vereda y mientras veía pasar a las parejitas de novios, a las veinteañeras que salían en grupo o a los maridos de trampa había alternado sorbos de cuatro margaritas con bocanadas de sus infaltables Lucky Strike.

Susana, era una mujer de cincuenta y dos años que trabaja en una empresa de televisión por cable, en el sector de Compras. Desde hace cinco vive sola en un pequeño departamento que alquila, desde que su marido, Adolfo, la dejó para irse a vivir con una pendeja. No tuvo hijos, lo que ella de alguna forma considera una bendición.
- Mirá si además de quedar sola tenía que hacerme cargo de terminar de criar a uno o dos chicos - solía ser su frase recurrente cuando alguien le preguntaba.

Desde su separación Susana había tenido varios novios. Johnnie Walker, Jack Daniels y José Cuervo, al cual trataba de serle fiel actualmente, siempre y cuando su bolsillo se lo permitiese.

Al llegar a la oficina, Susana debió soportar los llamados de atención de su jefe, un pendejo de 35 años, por haber llegado nuevamente tarde. El dolor de cabeza en lugar de aminorar se expandía.

Pasado el mediodía tuvo una discusión telefónica con alguien de publicidad quien le reclamaba por unos folletos que la imprenta debía haberles cotizado y que Susana aún no había gestionado. Desde el otro lado de la línea telefónica la tildaron de inoperante, Susana le cortó secamente el teléfono. Quería irse a su casa, no aguantaba más.

Antes de retirarse tuvo que soportar un nuevo llamado de atención de su superior. Desde Publicidad se habían quejado seriamente por sus continuos atrasos y él había decidió que otra persona de ahí en más se dedicaría a gestionar las compras de folletería, por más que Susana se deshiciera en excusas, en el fondo sabía que estaba cometiendo errores graves.

Saliendo de la oficina, al llegar a su casa encontró la novedad que le faltaba para terminar un día olvidable, no tenía luz eléctrica. Recordó que por olvido no había pagado las últimas facturas del servicio y sin cambiarse salió de su departamento rumbo a alguno de los bares cercanos. Se sentó en la primera mesa sobre la vereda que encontró, encendió un Lucky Strike y se limpió algunas lágrimas que empezaron a rodarle las mejillas. Cuando llegó el mozo a preguntarle qué deseaba, ella lo miró con ojos tristes y brillosos por el llanto. Con voz quebrada, atinó a decirle al mozo
- Sólo deseo desaparecer

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