lunes, 12 de octubre de 2009

1 - La tranquilidad del jardín

Disfruto mucho de la tranquilidad de este jardín, sobretodo por las mañanas. Me encanta sentarme en alguno de los bancos, encontrarme conmigo mismo, reflexionar. Hoy en día es tan difícil dedicar unos momentos para uno mismo. Pero aquí, en el jardín de la clínica, uno encuentra esa atmósfera especial que te lo permite.

No estoy sólo. Hay algunos pacientes disfrutando del sol de la mañana también, es noviembre, la primavera está a pleno. El jacarandá del fondo esta completamente cubierto de flores que al caer dejan un manto de color azul oscuro sobre el césped. Un pareja de calandrias juega entre las ramas de los tilos, en cualquier momento vendrán hasta mi banco esperando que les de migas de pan, como hago casi todos los días, a menos que llueva o mis obligaciones laborales no me permitan venir.

No veo a ninguno de mis pacientes por acá. Es extraño. Ahora que lo pienso, no creo haberlos visto nunca disfrutar del jardín. Se los debo proponer. A más de uno le vendría bien estar acá en lugar de pasar el día en sus habitaciones.

Me gusta trabajar aquí. Si bien no llevo mas de dos meses como terapeuta clínico y tengo pocos pacientes asignados, el lugar me agrada. Como está ubicado afuera de la ciudad no nos vemos envueltos en el bullicio cotidiano, y acá, en el jardín, a veces es difícil darse cuenta si se está en un día miércoles o un domingo.

El timbre. El único sonido que interrumpe la tranquilidad del jardín. Ese timbre le indica a los pacientes que terminó el periodo de esparcimiento en el jardín y que deben volver a sus habitaciones. A mí, en cambio me indica que son las 10 de la mañana y que debo empezar mi rutina.

Con cierto desasosiego, convengamos, abandono mi letargo, levanto la carpeta que siempre llevo conmigo, y me dirijo al interior del edificio principal. Tomo la escalera hasta el primer piso y voy hasta la habitación 118, en la cual recibo cotidianamente a mis pacientes.
- Con quien debía empezar hoy? pienso distraído y reviso mi carpeta
- Claro, con Gabriel.

Abrí la puerta de la habitación. A pesar de los dos meses que llevo trabajando acá aún no me termino de acostumbrar a las paredes blancas, la luz blanca clarísima que proyectaban los tres tubos fluorescentes del techo, a pesar de la claridad del día que entraba a través del gran ventanal con vista al jardín que tenia esta habitación. Ventanal que nunca se abre y que está protegido por una malla metálica. Siempre me pareció excesiva tanta seguridad, por lo menos en el caso de mis pacientes. Dudo que alguno de ellos fuera a violentarse o a querer escaparse a través del ventanal, pero las normas de la institución eran claras y esta como las restantes habitaciones, se encontraban idénticamente acondicionadas.

Gabriel aun no había llegado. Raramente uno de mis pacientes llegaba antes que yo lo hiciese, no acostumbraban a darme ese tipo de sorpresas. Dejé la carpeta sobre el pequeño escritorio, me senté en la silla y me puse a repasar mis notas sobre el caso de Gabriel, mientras esperaba su arribo.

1 comentario:

naty dijo...

me encanto!!!!!
siempre me gusta leer lo que publicas... ultimamente es lo unico que leo por placer... grecias.....
dejas con ganas de leer mas... besos te quiero muchisimo

naty