lunes, 12 de octubre de 2009

2 - Un dolor desgarrador

Claudio iba al volante de su coche esa tarde. Se había retirado anticipadamente de la oficina ese día; algo muy extraño en él, por que Claudio era un verdadero adicto al trabajo. Mercedes, su secretaria, lo conocía desde hacía tiempo, lo había visto ascender hasta su puesto de gerente de marketing a costa de jornadas interminables de trabajo e innumerables genuflexiones ante sus superiores, y si bien, tenerlo como jefe en ocasiones era una tortura, estaba contenta de trabajar al lado de alguien exitoso que la tenía en alta estima.

Mercedes sabía que el retiro de Claudio obedecía a una razón importante, Sofía su esposa estaba en el tercer mes de embarazo y esa tarde iban al control de rutina. Claudio maniático y planificador, ya tenía elegidos los nombres para la criatura; Julián para el caso que fuera varón y Lucía por si fuera nena. La pareja llevaba cuatro años de casados y luego de buscarlo mucho, el embarazo de Sofía había llegado. A Claudio se lo veía radiante de felicidad.

Antes de sacar el coche del estacionamiento, Claudio sintió nuevamente esa angustia que se traducía en una necesidad apremiante. Desde que lo habían ascendido a gerente, esa sensación de angustia se le presentaba más frecuentemente, casi a diario. Abrió la guantera del auto, buscó nerviosamente una pequeña caja que allí guardaba, saco un sobrecito de ella, colocó con precisión el contenido del sobre en el hoyuelo que se creaba en el revés de su mano al estirarla, entre el pulgar y el índice, y aspiró el mágico polvillo. Guardó la caja en la guantera, se limpió distraidamente la nariz usando el espejo retrovisor, se acomodó la corbata y arrancó el vehículo. Diez minutos después pasó a buscar a Sofía por el estudio de abogados donde ella trabajaba.

Para ese entonces ya la sensación de angustia había desaparecido y en cambio era reemplazada por una cálida euforia desbordante. Claudio se sentía poderoso, exitoso, un ganador. Conducía de la misma manera que se sentía, confiado al extremo y bastante ligero. De repente lo sintió, allí estaba de vuelta, incontrolable. Un ligero temblor, casi imperceptible para el resto de personas, de su dedo meñique de la mano derecha, algo que él asociaba con un tic, pero que invariablemente se presentaba luego de consumir la cocaína.

Por alguna razón, ese temblor esa tarde se presentó diferente, más violento que de costumbre. Instintivamente Claudio soltó esa mano del volante y observó ese temblor, sin percatarse que estaba a punto de cruzar un semáforo en rojo. Mientras observaba el temblor de su dedo alcanzó a oír a Sofía que gritaba
- Claudio, cuidado, el camión!

El ruido de una frenada, un golpe seco y violento sobre el lado derecho del coche, el inflado de los airbag, vidrios que estallaban, ruido a metal retorciéndose y después silencio, un largo silencio de no mas de 20 segundos. Gente que se arremolinaba alrededor y que lo ayudaron a salir y Sofía, quieta, inmóvil sobre un charco de sangre que lentamente iba haciéndose más y más grande. La desesperación de la gente por sacarla de su prisión de metales retorcidos, el ulular de una ambulancia que llegaba, un oficial de policía que le preguntaba por sus nombres, un paramédico que murmuraba algo relacionado a la hora del fallecimiento, la frase accidente automovilístico que le retumbaba en la cabeza, una segunda ambulancia que lo trasladó hasta un sanatorio, radiología, no habían lesiones, pero entonces, que era ese dolor desgarrador que sentía en sus entrañas?

Pasadas las 11 de la noche su hermano Roberto lo llevó desde la clínica hasta su casa. Claudio quiso darse una ducha, fue a su habitación, se desnudó, miró a su alrededor y en cada objeto de ese cuarto veía a Sofía, su Sofía, aquella que ya no estaba a su lado, en cambio, ese dolor desgarrador estaba ahora omnipresente.

Fue hasta su placard, buscó entre sus trajes hasta encontrar aquel de color azul marino que raramente usaba, metió la mano en el bolsillo interior del saco y encontró tres sobrecitos, similares al que guardaba en la guantera del coche. Fue hasta el baño, los abrió a los tres sobres y depositó su contenido en la tapa de madera del inodoro, se arrodillo y sin mayores preámbulos aspiró la triple dosis de cocaína que lo podría transportar a un estado donde aquel dolor desgarrador desapareciese.

No hay comentarios: