sábado, 17 de octubre de 2009

7 - Una presión insoportable

Gabriel se retiró de la habitación de su confesor con un sentimiento de abatimiento. Como era de esperarse, el padre Félix le había dicho que no iba a tomar su respuesta negativa como definitiva. Dios y la obra necesitaban de sacerdotes con temple forjado, y él era de buena madera. Era lógico que tuviera temores a este nuevo compromiso, toda alma los tenía, aún las de los santos; y siempre estaba presente el maligno con sus tentaciones, dispuesto a apartarnos de la senda de Dios.

Le dio por penitencia la lectura de tres capítulos de una biografía de San Francisco de Asís y lo anotó para el siguiente retiro espiritual a realizarse en dos semanas. Gabriel sabía que en ese retiro descargarían sobre él toda la artillería pesada para lograr que aceptara el llamado y decidiera entrar al seminario. Ya lo había visto. había pasado con otros díscolos, que ya sea quisiesen dejar la obra por que se habían enamorado de alguna chica, estaban cansados, se sentían defraudados o no aceptaban las órdenes de los miembros superiores.

Sabía también que a partir de ese momento no lo dejarían sólo. Tratarían que en todo momento otro miembro de la obra lo acompañara cuando salía de la residencia, hacia o desde el trabajo, cuando iba a misa o a visitar a su familia. Limitarían sus salidas, le encargarían trabajos que lo mantuvieran ocupado y adentro de la casa. Así actuaba el Opus Dei, él ya lo había visto.

Obviamente que, durante la confesión, Gabriel había omitido contar sobre su encuentro previo con Alejandro esa tarde. Ese encuentro y otros tantos que había tenido con varios muchachos, Gabriel los pasaba por alto al momento de confesarse con el cura y los reservaba para sus diálogos con Dios durante sus meditaciones personales.

Desde muy pequeño él se había sentido atraído por otros varones. Había intentado tener novia, pero le costaba mucho fingir. Su familia jamas aceptaría a un homosexual, y por ello el Opus Dei le pareció una salida prolija a su problema. Un primo de él era miembro de la obra, era célibe y esto era bien aceptado por la familia. El podía tomar el mismo camino y de esta forma evitar ser blanco del rechazo familiar. Por ello tomó la decisión de unirse al Opus Dei hacía ya seis años.

Sabía también que de seguir resintiéndose o de como última medida anunciar que dejaba la obra, sus superiores actuarían contra él en forma despiadada. Lo trasladarían seguramente a otra ciudad o a otro país, a algún lugar donde no conociera a nadie y le costara generar vínculos. Allí lo tendrían un par de años hasta volver nuevamente a la carga y proponerle el camino del sacerdocio. Se lo veía venir.

Pensó en sus alternativas durante varios días, hasta que finalmente tomó la decisión de dejar la obra. Una tarde de viernes a la salida del trabajo, en lugar de ir a la residencia fue hasta Recoleta, a la casa de sus padres. Sin mayores preámbulos les comunicó su decisión de dejar el Opus Dei y les pidió lo ayudaran durante esa transición, dándole alojamiento y ayuda económica. A uno de sus hermanos le pidió ropa prestada, ya que solo llevaba lo puesto.

El día siguiente, sábado, cuando salía de su casa para comprarse ropa, se encontró con dos numerarios del Opus Dei que lo esperaban en la vereda. Cuando les informó de su decisión de abandonar la obra, estos primero trataron de convencerlo de lo equivocada de su decisión, de la condena al infierno que estaba contrayendo al desobedecer los designios del creador; luego viendo que su decisión estaba firmemente tomada, lo dejaron ir.

A la tarde, cuando regresó a su casa se encontró para su sorpresa sentados en el living conversando con sus padres al padre Félix y a Manuel, el director de la residencia donde vivió hasta el día anterior. Sobre la mesa ratona había un sobre de papel madera, unos papeles y fotos. Guillermo, el padre de Gabriel le pidió que sentara, le alcanzó el sobre, y le dijo
- Explicanos esto por favor, hijo

Gabriel sintió que la sangre se le helaba cuando sacó del sobre fotos en la que se lo veía conversando o caminando con diversos jóvenes, incluso con Alejandro, el último encuentro que había tenido. Además de las fotos había un par de hojas donde se relataban fríamente las fechas, lugares y horarios de estos encuentros.
- Ellos sabían todo? Como lo habían descubierto? Lo habían estado siguiendo y fotografiando? Por cuanto tiempo? pensaba Gabriel

Mientras incrédulo revisaba esos papeles y fotos, escuchó que Manuel le decía a sus padres
- Creemos por esto que lo mejor es que Gabriel regrese al Opus Dei y vaya unos meses a una residencia que tenemos en La Cumbre, en Córdoba, donde podrá meditar sobre este tipo de comportamiento pecaminoso que no sólo ofende a Dios sino a ustedes, sus padres, quienes lo han criado ofreciéndole los beneficios de una familia cristiana.
- Tal vez sea lo mejor - dijo la madre de Gabriel entre sollozos

- Es consecuencia de la degradación de las costumbres que vemos en la sociedad moderna y en las grandes ciudades - terció el padre Félix - alejarse de Buenos Aires indudablemente le vendrá bien.
- Allí con el apoyo de un guía espiritual y de sus hermanos en Cristo, estamos convencidos que Gabriel encontrará el retorno al camino que el Creador le ha propuesto, dejando de lado las tentaciones de la carne a las que se ha visto expuesto. - continuó Manuel
- Jamas regresaré! Nunca! - gritó Gabriel

De un salto se levantó de su asiento, tiró sobre la mesa el sobre y corrió hacia la cocina, allí encontró sobre la mesada un cuchillo de medianas proporciones, lo tomó, fue hasta el baño de servicio, se encerró y sin meditarlo, se tajeó ambas muñecas. Cinco minutos mas tarde, entre su hermano y su padre tiraban la puerta de ese baño y lo encontraron desmayado sobre un charco de su propia sangre.

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