viernes, 16 de octubre de 2009

4 - Confieso padre que he pecado

Gabriel terminó su jornada diaria en el palacio de Tribunales, salió a la calle y tomó por Talcahuano con rumbo a la avenida Santa Fe. Mientras caminaba las seis cuadras que lo separaban de su destino, iba recitando los avemarías y padrenuestros del rosario. Al llegar a Santa Fe dobló a la izquierda, caminó unos pocos metros y subió las escalinatas de la iglesia de San Nicolás de Bari.

Buscó algún lugar libre, de la mitad de la nave hacia atrás, se arrodillo y continuó rezando el rosario, le quedaban aun 3 misterios por rezar y tenia quince minutos hasta que empezara la misa.

A sus venticuatro años, Gabriel no sólo era un abogado recibido, sino que además era miembro numerario del Opus Dei. Había conocido el Opus Dei a sus catorce años, como sus hermanos y primos, y desde los dieciocho era un miembro numerario. A esa edad había escrito la carta a Roma solicitando la admisión a "la obra" como la llamaban sus miembros y en la misma se había comprometido a mantener obediencia, castidad y a dar todos los frutos de su trabajo a la obra.

Los tres primeros años de su vida como numerario los había pasado viviendo con su familia. Después se le ordenó que debía mudarse a una residencia del Opus Dei. En paralelo y a través de un contacto de la obra, que era juez federal, lo habían nombrado en un cargo administrativo en una secretaría de un juzgado, en Tribunales.

Ultimamente Gabriel atravesaba por frecuentes pozos de depresión. El padre Félix, su consejero espiritual le había indicado que era necesario que viajara a Roma para ingresar al seminario, pues su vocación debía ser expandida y debía consagrase como sacerdote, era un nuevo llamado divino. Gabriel le pidió al sacerdote le diese unas semanas para reflexionar sobre esta decisión.

Finalizó el rosario, se acomodó en el asiento y esperó a que se iniciara la misa. No dejó de llamarle la atención la aparición de un joven monaguillo que encendía las velas y acomodaba los utensilios para la misa. Ese joven de no mas de diecinueve años, era una de las razones por las cuales Gabriel iba a misa en ese horario en esa iglesia en particular. Disfrutaba en secreto de ver al rubio monaguillo cada tarde. Se sorprendió a si mismo imaginando el cuerpo desnudo de ese joven. Se auto reprendió y empezó a rezar un Angelus como modo de alejar los pensamientos impuros

Terminada la misa, salió de la iglesia y decidió caminar las casi veinte cuadras que lo separaban de la residencia donde vivía, en lugar de tomar un colectivo. Encendió un cigarrillo y mientras pensaba que el plazo se le estaba terminando y que debía darle al padre Félix la esperada respuesta, que no podía ser otra que afirmativa, sintió generarse nuevamente ese temido agujero en el centro de su estómago.

Dos cuadras después de haber cruzado Callao le pareció ver que otro muchacho que venía en dirección contraria lo miraba fijamente y le dedicaba una sonrisa al pasar. Hizo unos cinco pasos, se detuvo, giró en redondo y se encontró con la mirada de aquel otro joven, quien había detenido su marcha y había a su vez volteado para verlo irse o detenerse.

Gabriel se acercó a la vidriera que tenía más cerca, simulando estar interesado en algún artículo que esta exhibía. Esperó hasta que el desconocido se le puso al lado. Este lo miró y le sonrió nuevamente. Gabriel devolvió la sonrisa y empezó a caminar, mientras el otro muchacho lo seguía. Al llegar a la esquina de Junín, doblaron y lejos de las miradas indiscretas de la avenida Santa Fe se detuvieron a hablar
- Hola
- Hola... Cómo te llamás?
- Alejandro, y vos?
- Gabriel. - No debí haberle dicho mi verdadero nombre, que boludo soy - pensó en el silencio que separaba una y otra frase. Qué hacías?
- Nada. Daba una vuelta. Vos?
- Volvía a casa... Que edad tenés?
- Veintitrés y vos?
- Veinticuatro
- Vivís por acá, Gabriel?
- No y vos?
- Sí, a tres cuadras. Te gustaría tomar un café en casa, tenés tiempo?

Gabriel meditó su respuesta unos segundos. Observó detenidamente a Alejandro, y se convenció de su decisión al observar las anchas espaldas y los profundos ojos azules del otro muchacho.

- Bueno, no me vendría mal un café - contestó Gabriel, aunque ambos sabían que no tomarían ni una gota de café esa tarde.

Llegando al departamento de Alejandro se enlazaron en un abrazo y un beso apasionado. Rápidamente se fueron desprendiendo de la ropa. Gabriel dejó que Alejandro manejara la situación y lo condujera a la habitación.
- Por favor, cojeme despacio, quiero disfrutarlo - alcanzó a decirle Gabriel antes de que Alejandro lo tumbara sobre el colchón de su cama.

Media hora después ambos jóvenes estaban desnudos fumando sendos cigarrillos en la cama de dos plazas de Alejandro.
- La pasaste bien, Gabriel?
- Sí, muy bien. Y vos?
- También. Querés que te de mi número de teléfono para vernos otro día?
- Dale - dijo Gabriel, mientras empezaba a vestirse

Al salir a la calle y regresar a la avenida Santa Fe, Gabriel busco el papel que Alejandro le acababa de dar, con su teléfono y dirección de email, lo sacó, hizo con él un bollo y lo tiró en un cesto de residuos.

Para el momento en que llegó a la residencia del Opus Dei, Gabriel había tomado una decisión que tendría efectos brutales sobre su destino. Rechazaría la "ïnvitación" a viajar a Roma e ingresar al seminario. Subió hasta la planta alta, golpeó la puerta de la habitación del padre Félix, entró en esta, se dirigió hasta el sillón donde el sacerdote se encontraba sentado leyendo un libro y se arrodilló frente a él.
- Confieso padre que he pecado - dijo e inició la confesión


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