sábado, 17 de octubre de 2009

6 - Soledad, remordimiento y cocaína

Los tres meses posteriores al accidente fueron un martirio para Claudio. Se tomó una licencia de la oficina por las primeras dos semanas después del velorio y la cremación de Sofía. Durante ese periodo, Claudio se vio obligado a recibir visitas a diario en su casa de Villa Urquiza.

Su hermano Roberto y su hermana Marcela se turnaban para acompañarle y de velar por su alimentación, ya sea preparándole algo para comer o llamando a algún delivery. Claudio apenas probaba bocado, había bajado unos 4 kilos desde el accidente por su inapetencia. Melisa, una íntima amiga de Sofía había ido a la casa durante las primeras semanas y se había encargado de disponer de las prendas y cosas personales de su mujer. Ante cada pregunta que ésta le hacía a Claudio sobre si deseaba conservar tal o cual adorno u objeto, Claudio invariablemente se tomaba unos segundos y recordaba en que ocasión o de que forma este se había obtenido, sentía que se le desgarraba el corazón y le contestaba si deseaba conservarlo o no. Trató en la medida de sus posibilidades de no guardar más que los objetos mas entrañables de su mujer.

Durante ese periodo y para ayudarle a dormir, Claudio empezó a tomar sedantes, los cuales intercalaba con las consabidas dosis de cocaína que seguía consumiendo. El efecto combinado de ambas drogas lo trasladaba de un estado de somnolencia a uno de euforia y viceversa.

Terminadas las dos semanas de licencia, se reincorporó al trabajo, aunque no se sentía el mismo. Pasó de ser un planificador, hiper organizado, pulcro, elegante y adicto al trabajo a ser una persona descuidada, que llegaba tarde e intentaba irse lo más temprano posible, que dejaba cosas pendientes y que no atinaba a resolver rápidamente las situaciones conflictivas.

Dejó de ir a su rutina diaria en el gimnasio. Dejó de responder los mensajes del contestador telefónico.

Al regresar a su casa cada tarde, se sentaba en el comedor de diario en la cocina, sacaba un sobrecito de cocaína, y lo disponía sobre la mesa. Luego de aspirar el polvo mágico, se sentaba a esperar que regresara la sensación de poder y euforia que alguna vez disfrutó; la cual últimamente tardaba cada vez más en regresar. Buscaba un segundo sobrecito y reforzaba la dosis. Recién allí se sentía con fuerzas para recorrer la soledad de su casa y entrar en la habitación que alguna vez compartieron con Sofía.

Por las mañanas al despertarse se sentía invadido de una pesada sensación de remordimiento. Era consiente de que la muerte de Sofía había sido un accidente. Sabía que le podía haber sucedido a cualquiera. Pero en el fondo, estaba convencido que si no hubiese sido por ese temblor en la mano, producto a su consumo de cocaína, él no se hubiera distraído y ese accidente en particular no se habría producido.

Una mañana como tantas otras en que se sentía embargado de culpa y remordimiento, decidió no ir a trabajar. Se quedó tumbado en la cama por una larga hora y media, mirando el cielorraso. No llamó a Mercedes para avisarle de su ausencia. Pasadas las 9 fue hasta el baño de su dormitorio, abrió el botiquín, sacó de él el frasco conteniendo las pastillas para dormir, bajó hasta la cocina, se sirvió un vaso de agua fresca y de un trago digirió el contenido entero del frasco.

Se sentó en una de las sillas del comedor de diario. Reclinó la cabeza entre sus brazos y empezó a llorar su dolor. En ese mismo lugar lo encontró la señora que diariamente iba a hacerle la limpieza de la casa una hora mas tarde, quien dio aviso a sus hermanos
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